POV Sara
Me temblaban las manos cuando me situé al pie de aquel imponente edificio. El portero me saludó amistosamente y me obligué a mí misma a mover los pies del suelo. Tuve la sensación de vivir un enorme deja vu cuando me situé en aquel vestíbulo y entré a aquel ascensor pulsando la planta 14. De nuevo no estaba segura de lo que iba a decir cuando llegara a ese conocido apartamento. Pero sabía que debía hacerlo. Era lo correcto. Así que con paso decidido y manos sudorosas salí del cubículo y llamé al timbre de la puerta.
Vale, estaba nerviosa. Muy nerviosa. Por lo que podría encontrar y cómo podrían reaccionar ante mí. Me recordé a mí misma, cuatro años atrás, con la misma duda en la mirada y los nervios reconcomiéndome el estómago. Pero siempre había sido una testaruda, y el temor no me detendría.
Una mujer de mediana edad con delantal y rostro cansado pero vivos ojos grises me abrió la puerta. Su pelo rubio teñido me golpeó. Sus facciones se tornaron en un extraño matiz de sorpresa al verme y casi estaba rezando por ello cuando se tornaron en una sonrisa.
- Por Dios, Sara… - Dijo pasándome un brazo por los hombros para acercarme a ella y así abrazarme.
Me demoré en los brazos de Shannon. De verdad me alegraba de ver a esa mujer. Pude aspirar su aroma a galletas recién horneadas. Me liberó posando sus manos en mis hombros para observarme atentamente de arriba a abajo.
- Estás muy mayor – suspiró – y cada vez más preciosa.
- Muchas gracias, Shannon. Me alegro muchísimo de verte de nuevo.
- Sí, ha pasado mucho tiempo, niña… ¿Y qué haces aquí? – preguntó como si lo acabara de recordar.
- Tenía ganas de veros de nuevo y… necesito hablar con Sean.
Ella me examinó con su mirada penetrante y luego se echó a un lado de la puerta.
- Claro. Pasa, cariño.
Entré en aquel espacioso apartamento del centro de Los Ángeles y aspiré de nuevo el aroma a galletas.
- ¡Rod! – gritó Shannon –. ¿A qué no adivinas quién nos visita?
El padre de familia salió del salón con el periódico enrolladlo en una mano, la mirada curiosa y el cabello más canoso de lo que recordaba.
- ¡Sara! – exclamó.
Se acercó hacia mí con su característica sonrisa amistosa y me estrechó también entre sus brazos.
Casi se me salió el corazón del pecho cuando me separé de él y vi a una niña pelirroja de unos siete años salir de la cocina con la cara manchada de harina y vistiendo un delantal diminuto. Estaba más mayor y más alta de lo que recordaba. Llevaba el pelo más largo y liso y ahora llevaba la raya en medio en lugar de aquella raya al lado zigzagueante que solía verle. Pero seguía teniendo ese rostro pálido e inocente y esos ojos traviesos.
- Hola, pequeña – dije emocionada pero un tanto insegura.
La pequeña niña me escudriñó con su siempre curiosa mirada y frunció el ceño.
- Me acuerdo de ti. Me acuerdo de que jugabas conmigo cuando era una niña pequeña. Ahora soy mayor, tengo 7 años y hago galletas – dijo April seria señalando su delantal –, pero me gustaban tus vasos de leche calentita, cómo me peinabas y tus canciones con la guitarra. Oh, espera…
La irremediablemente charlatana niña salió corriendo y los tres adultos nos miramos desconcertados. Pocos segundos después la pequeña pelirroja volvió a mi encuentro.
- Mira.
¡Oh, Dios! No lo podía creer… Una lágrima de emoción estuvo a punto de desbordarse. Era mi muñeca, la que le di cuando me fui. No podía creer que aún la conservara y que se acordara de mí.
Sonreí mientras metía una mano en mi bolso y sacaba la que ella me regaló en mi 15 cumpleaños.
Ella inmediatamente me lanzó una sonrisa y se acercó para darme uno de esos abrazos suyos que tanto extrañaba.
Los miré a todos y me arrepentí enormemente de no haber tenido valor suficiente de haber aparecido por allí antes.
- ¿Has vuelto otra vez? ¿Podemos volver a ver La Bella y la Bestia?
¡Aquella niña tenía una memoria del demonio!
- La última vez te quedaste dormida, preciosa. Pero solo vengo de visita, para comprobar que no te has olvidado de mí.
- Y he superado la prueba, ¿verdad? – sonrió orgullosa.
Asentí acariciándole la mejilla.
- ¿Entonces no volverás más? – inquirió de nuevo.
Era complicado dado que le había roto el corazón a su hermano…
- Sí, aunque no sé cuándo. Ahora… digamos que no solo canto para ti. Canto para muchas personas.
- ¡Ya lo sé! – dijo con un brillo de emoción en la mirada –. Te he visto en la tele. ¡Yo también quiero hacer eso de mayor!
Y comenzó a tararear uno de mis últimos singles haciéndome soltar una pequeña risotada.
- ¿Qué te parece si me acompañas a mi próximo concierto?
La pequeña soltó un grito de emoción y levantó los brazos.
- No tienes por qué molestarte, Sara. De verdad… – argumentó Rod.
- No, no es molestia. Quiero hacerlo. De veras he echado de menos a este terremoto – dije limpiándole la harina de la barbilla.
- ¿Quieres una galleta? – propuso la pelirrojita –. La bandeja que hicimos antes acaba de salir del horno.
- ¿Galletas antes de comer?
- Claro. Es un secreto mío y de mamá – dijo con los ojos muy abiertos –, pero es cuando más ricas están porque tienes mucha hambre.
- Pues me encantaría. Pero, perdonad, tengo que hablar con Sean. ¿Está aquí?
- Sí, está en su cuarto. Dudo que se haya levantado aún. Anoche volvió tarde a escondidas de nuevo… – dijo Shannon irritada.
Caminé sola por el pasillo y me fijé en aquella puerta del fondo a la izquierda que solía habitar. Sentí el impulso de entrar en ella y comprobar si continuaba como la recordaba, pero luego caí en la cuenta de que probablemente allí estaría Bethany… y las ganas desaparecieron ipso facto.
Me paré frente a la puerta anterior a ella. <> No me lo pensé dos veces y di un par de golpes antes de abrirla.
- ¿Sean?
Un gran bulto en la cama pareció soltar algún inteligible gruñido ante mi intromisión.
Di un paso hacia él y divisé que tan solo vestía unos calzoncillos. Aparté la vista estúpidamente ruborizada.
- ¡Sean, despierta!
Él se pasó una mano por la cara y alzó levemente la cabeza. Cuando vio quién era la intrusa se incorporó inmediatamente. Fue entonces cuando pude ver sus rasguños y su labio hinchado.
- ¿Sara? – preguntó sacudiendo la cabeza.
- Hola.
- ¿Qué demonios haces aquí?
- Necesitaba hablar contigo. Sobre, ya sabes… Lucas, yo, tú.
Él no dijo nada.
- ¿Se puede saber qué le ha pasado a tu labio? – pregunté de golpe.
Él me miró extrañado.
- ¿No te lo ha contado Lucas?
Negué con la cabeza.
- No lo veo desde anoche. Hemos quedado para comer. ¿Lucas tiene algo que ver con esto?
- No sé si será mejor que esto te lo cuente él.
- No, Sean. Habla – mi tono sonó brusco y cortante.
- Creo que puedes suponerlo por ti misma.
Di un paso atrás.
- Dime que no es lo que pienso. Dime que no os habéis peleado.
Él simplemente clavó su mirada en la mía.
Salí de aquella habitación sin decirle nada más rabiosa y con los puños apretados. Me topé con Rod en mi camino hacia la puerta.
- Debo irme inmediatamente, Rod. Llamaré pronto. Lo siento.
Cuando llegué a casa de Lucas estaba enfurecida. Llamé al timbre y comencé a dar golpes violentos e impacientes a su puerta. Cuando esta se abrió apareció un Lucas sin camiseta. ¡Para qué quieren camisetas si no se las ponen! No tenía el aspecto devastador de Sean, pero vislumbré el corte de su ceja.
Me crucé de brazos. Si las miradas mataran, él estaría a tres metros bajo tierra.
- ¿En serio, Lucas? – espeté malhumorada.
- ¿Qué te pasa? – preguntó desconcertado.
- ¡Te has peleado con Sean! – grité.
Él me empujó suavemente dentro del inmueble y se giró a afrontar mi mirada asesina.
- ¿Has hablado con Sean?
- Sí. Ha sido genial enterarme por él – mi expresión sarcástica lo exasperó.
- Pensaba contártelo cuando quedáramos para comer. No sé qué te habrá dicho él pero…
- ¡No me ha dicho nada! ¿Pero qué hay qué decir? ¡Dios! ¡Os habéis pegado como dos estúpidos niños!
La rabia me desbordaba mientras lo señalaba con el dedo.
- ¡Lo siento, joder! Fue después de que te dejara en casa de Leah. Fui a buscarlo, él estaba borracho y comenzó a provocarme…
- ¡Y tuviste que golpearle! ¡No pudiste ignorarlo y marcharte como una persona madura!
- ¡Lo sé, pero no es tan fácil!
- Pensaba que eras mejor que esto, Lucas. Hablamos sobre ello. ¡Sabías que no tenías motivos para estar celoso! Pero… –dije apretando la mandíbula – tú tuviste que pegarle. ¡Y encima él estaba borracho! ¡¿Qué coño te pasa?!
Mis gritos exasperados resonaban en aquella habitación.
- ¡Te he dicho que lo siento! – me gritó –. ¡Sé que lo hice mal pero en ese momento no pude evitarlo! Me faltó al respeto y al tuyo y…
Dejé escapar una risita irónica.
- Hombres… Vosotros y vuestro estúpido sentido del honor – escupí las palabras –. Siempre con la necesidad de mostrar vuestra “hombría”, vuestro lado “macho” cuando solo dejáis al descubierto vuestro grado de retrogradación. De verdad no esperaba esto de ti. ¡Y me importa una mierda lo que él dijera! – le empujé con toda la fuerza que me permitía su gran cuerpo –. Él estaba borracho, tú no. Tú eres mi novio, él no. ¡Te has comportado como un maldito capullo y un idiota y un…!
Me interrumpió aprisionando mis labios contra los suyos mientras me alzaba las manos a la altura de mi cabeza cogiéndome de las muñecas y me apresaba contra la pared. Me faltaba la respiración. Conseguí sacar la fuerza suficiente para liberar bruscamente un brazo con pero él rápidamente volvió a pegarlo a la pared. Separó su boca de la mía y me clavó sus sobrenaturales y enloquecedores ojos verdes.
- Sé que he sido un maldito capullo – sonaba más suave y serenado –. Me di cuenta en cuanto me levanté y lo vi en el suelo. Ni siquiera he podido dormir.
Intentaba aferrarme a la ira y evitar que sus palabras me derritieran por dentro. Pero tampoco ayuda el hecho de que estuviera tan peligrosamente cerca de mí.
- Y – prosiguió – puedes continuar gritándome y haciendo que me dé cuenta de cuánto no te merezco. Pero si sales por esa puerta sin haberme besado voluntariamente ni una sola vez, no podré dormir en toda mi vida.
Oh, Dios… ¡A quién quería engañar! Tenía a mi perdición despeinada delante de mí.
La presión a mis muñecas había disminuido y deslicé mis manos hacia su cuello para acortar los milímetros que me impedían volver a besarlo.
- Estoy, estaba y estaré siempre perdidamente enamorado de ti – me acarició la mejilla provocándome un escalofrío –. Perdóname, por favor o y-yo…
- Cállate.
Pasé las manos por su cabello oscuro y busqué la manera de hacer que no quedara ni un mililitro de aire entre nosotros. Él respondió a mi beso con la misma ansiedad descontrolada de encontrar el contacto pleno de nuestros cuerpos. Me elevó y rodeé sus caderas con mis piernas.
- Sigues siendo un maldito capullo – susurré entre besos y respiraciones entrecortadas –, pero te quiero.
Sin dejar que me separara de él un centímetro, me llevó hasta su habitación sin dejar de acariciarme.